Creer, sentir, actuar: tres claves del factor humano para entender y enfrentar la pandemia de Covid-19
Escriben: Francisco Morales Calatayud (1) / Delia Bianchi Villalba (2)
En la presente pandemia, se insiste en la necesidad de entender al virus, pero quizás debemos también hacer un esfuerzo importante por entender a quienes estamos expuestos al mismo, lo padecemos y lo transmitimos y muy especialmente, por reflexionar acerca de qué podemos hacer para, entre todos, aportar a la salida del peculiar momento que atravesamos.
Los seres humanos somos protagonistas y sujetos activos de nuestra propia salud y ésta se produce en el contexto de las relaciones sociales, ya sea en cada una de nuestras familias, nuestros grupos de pertenencia, las instituciones en las que participamos, la comunidad en la que vivimos y la sociedad toda que integramos.
Nuestra salud está afectada por numerosos factores físicos, químicos y biológicos, pero generalmente tales factores están mediatizados de algún modo por la acción humana. En algunos casos, la acción humana puede tener mucho más peso en afectar la salud de las personas que la propia naturaleza de los factores antes mencionados.
La salud es parte de la permanente interacción de la naturaleza y la sociedad. Este artículo pretende ofrecer un comentario dirigido al público en general, no busca complejizar mucho las cosas, pero es necesario al menos hacer mención de ciertas ideas generales que surgen del conocimiento producido por disciplinas que, como la psicología, estudian la subjetividad y el comportamiento humano.
Para ir al grano: por mucho que sepamos del virus, si no prestamos atención al factor humano que está implicado en la interacción con el virus, nos costará más trabajo controlar sus efectos perjudiciales.
¿A qué nos referimos con eso del “factor humano” en los problemas de salud?
El factor humano es la expresión práctica del lugar activo del papel de la sociedad en la determinación de la salud y en su atención. En ello están representados niveles y componentes muy diversos, incluso contradictorios. Algunos son de un nivel muy general, digamos, el “macrosocial” porque pueden afectar para bien o para mal a muchas personas. Algunos se dan en un plano más “microsocial”, por ejemplo, en el contexto de las familias, los grupos de contemporáneos o las instituciones. Otros se expresan en las personas concretas, el sujeto actuante, es la expresión del factor humano en la salud en el nivel individual.
Es imposible separar unos niveles de otros, por ejemplo, acciones que se llevan a cabo a nivel “macrosocial” terminan afectando en el nivel individual, y viceversa.
El virus SARS-CoV-2 es el agente biológico que causa la enfermedad, pero no basta con la existencia del virus para que una pandemia se produzca, tiene que pasar de persona a persona y diseminarse. En algunas epidemias ese paso se da de formas poco claras o poco modificables por la acción humana consciente; en otros casos, como en este, el paso de persona a persona depende, en mucho, de cosas que hacemos que son en buena medida controlables por las personas y la sociedad puede influir en que las personas adopten activa y conscientemente medidas para evitar los contagios.
Ciertamente, el virus, por sus características biológicas, es altamente contagioso. Pero si hacemos las cosas bien, hay muchas posibilidades de controlar o al menos reducir sustancialmente la transmisión de persona a persona. Desafortunadamente, parece ser que en esta línea la sociedad contemporánea no ha logrado mucho éxito.
Se hacen en todo el mundo muchas acciones de nivel macrosocial por controlar la situación, como son las medidas o apelaciones para la restricción de movimientos, confinamientos, cuarentanas, etc. Todo puede estar muy bien, pero no parece suficiente. Muchas de esas medidas pueden impactar hasta cierto punto en el espacio público, pero tienen menos efecto más allá de éste, incluso pueden generar rechazo si se toman de manera autoritaria.
Es más difícil producir cambios que ayuden a controlar la situación en ámbitos más privados, en la vida en los hogares y en los entornos más inmediatos de la familia, los amigos, la vida cotidiana y la solución de las necesidades de todos los días. El nivel “microsocial” podemos decir en el que nos movemos todos.
Otro es ese ámbito tan decisivo y muy relacionado con el anterior, el del sujeto concreto, la persona, el individuo. Aquí entran componentes decisivos que se pueden resumir en las siguientes preguntas: ¿qué cree cada quien sobre la enfermedad y sobre el modo en que puede afectarle?, ¿qué siente que debe hacer en relación con esto?, y especialmente, ¿qué hace?
La perspectiva individual: modelo de creencias de salud
Si pensamos en la perspectiva individual, nos puede resultar útil un conocimiento generado hace más de 60 años por investigadores norteamericanos: el Modelo de Creencias de Salud. Este modelo teórico surgió cuando esos investigadores se hacían preguntas parecidas a las que nos hacemos nosotros hoy, pero en relación con otras epidemias, como por ejemplo, la de tuberculosis pulmonar, entonces en pleno apogeo en todo el mundo y en relación con la que se hacían búsquedas activas de casos mediante exámenes gratuitos. Las preguntas en ese entonces eran: ¿por qué si las personas pueden favorecerse con la acción de hacerse el examen y así recibir tratamiento médico adecuado, no lo hacen? ¿No se dan cuenta que pueden estar contagiando a otras personas?
Es cierto que en aquella época, ciertas enfermedades, como la se usa de ejemplo aquí, tenían una connotación que conllevaba al estigma social de quienes la padecían. También es verdad que en ciertas circunstancias las personas pueden tender a defenderse psicológicamente desde la negación, por lo que no quieren enterarse que algo no deseado les está pasando. Científicos de entonces enunciaron el citado modelo, que con el paso del tiempo se ha ido enriqueciendo a partir de la experiencia y de las críticas. Lo resumimos aquí a partir de lo que expone Shirley Taylor en su libro “Health Psychology” (Psicología de la Salud), de 2015:
1) Llevar adelante una acción valiosa, útil, para la salud (“prosaludable” preferimos decir nosotros) depende de dos factores: a) que la persona perciba que su salud está realmente amenazada; y b) que la persona crea que una determinada acción práctica le será útil en reducir esa amenaza.
2) La percepción de que se está amenazado está influenciada por tres cosas: a) los valores que la persona tenga en relación con la salud; b) sus creencias acerca de su vulnerabilidad a la amenaza específica; y c) su percepción sobre cuán dañina puede ser la amenaza, es decir, la enfermedad que lo puede afectar si no realiza la acción preventiva.
3) Para adoptar la acción preventiva, la persona valora: a) si realmente la acción a tomar es efectiva para protegerla; y b) en qué medida los costos de la acción a tomar se compensan con los beneficios (cuando aquí se habla de costos no se refiere necesariamente a dinero, sino que podríamos entenderlo también como “el sacrificio” o las molestias que debe afrontar para la realización de la acción preventiva).
En resumen, estar protegidos y proteger a otras personas, depende mucho de lo que creamos sobre lo que nos puede afectar y cómo puede hacerlo, también de que sintamos la necesidad de hacer lo apropiado para no ser afectados y para no afectar a otros, y sobre todo, que actuemos apropiadamente en ese sentido.
¿Que podemos hacer para aplicar mejor el "factor humano" en la situación de pandemia?
La pregunta que nos quedó planteada es: ¿qué se puede hacer, entonces, para aplicar mejor el “factor humano” en la situación de esta pandemia? Necesitamos concentrarnos en entender qué hacer para avanzar en la idea de pasar hacia creencias, sentimientos y acciones que nos conduzcan a las posiciones más favorables para promover en nosotros mismos y en nuestros ámbitos más inmediatos, la prevención de los contagios, enfocados en el bien común. En pocas palabras, poner a funcionar para bien, el factor humano, buscar que asumamos un rol activo que contribuya, que aporte, a evitar pasar por la experiencia de la enfermedad propia y también a evitar la enfermedad de otras personas.
Las tres acciones básicas que se recomiendan universalmente en relación con la prevención de la COVID-19, que son uso de tapabocas, distanciamiento físico (que no es necesariamente social si tomamos en cuenta los recursos de comunicación que tenemos hoy) y la higiene de las manos (mediante el lavado y el uso de alcohol en gel), se relacionan con ese factor humano. Serán practicadas preferentemente por aquellas personas que crean que: el contagio del virus es realmente una amenaza que está presente en su entorno; es vulnerable a ser contagiada y afectada; la afectación, si se contagia, será seria, en términos de daño a su bienestar; las tres medidas más generales recomendadas son realmente efectivas para la prevención; el costo, el “sacrificio” o la molestia de llevar a la práctica esas tres acciones, valen la pena si se comparan con las consecuencias que le puede acarrear contraer la enfermedad.
Obviamente, muchas personas no alcanzan a configurar una creencia tan redonda en relación con su posible contagio con el virus que provoca la COVID-19. Basta con que no les funcione uno de esos componentes que arman la creencia, para que ésta sea débil.
Mientras el número de casos y fallecidos no llegó a los niveles actuales, muchos creían que Uruguay (y Paysandú en particular) eran zonas con poca presencia del virus, o que por ser jóvenes no eran vulnerables; o que esto de la COVID-19 era algo benigno que si le tocaba, no le crearía gran afectación; o que “si te va a tocar, te toca”, tomes las medidas o no, porque tales medidas no son realmente útiles; o que no vale la pena hacer tanto sacrificio por algo que si te tocaba, no te iba a dañar mucho.
Las razones por las que cada quien genera esas creencias que entorpecen la acción preventiva, pueden ser muy diversas. Una de tantas es la tendencia a la negación, otras pueden venir de señales del entorno, como por ejemplo, la pobreza de la propaganda de salud con advertencias sobre el peligro potencial o, la no exigencia (o ni siquiera avisar con insistencia) de la necesidad de la práctica de medidas preventivas tan importantes como el uso del barbijo en espacios públicos, por ejemplo. Si no hay una creencia firme, de base, es muy difícil que la persona sienta la necesidad de poner en práctica las medidas apropiadas.
Y si no se cree y no se siente la necesidad de hacerlo, es difícil que se adopte un actuar consistente, útil, eficaz. Por supuesto, estamos hablando del modo más simple y más directo, cuando en rigor hay todo un entramado psicológico en este proceso y las variaciones de persona a persona pueden ser notables; para cada quien, todo esto tiene un sentido personal. Y como ya se ha dicho, muchos aunque quieran hacerlo, no lo logran, la vida cotidiana les presenta barreras que sin ayuda les resulta difícil salvar.
Así, otras consideraciones sobre este tema apuntan al hecho de que incluso, cuando se tiene una creencia firme y se siente la necesidad de llevar a la práctica las medidas preventivas, la persona falla al hacerlo ya sea, entre otras causas, porque: 1) las contingencias de su vida cotidiana se la hacen difícil (por ejemplo, personas que tienen la necesidad de tomar medios de transporte abarrotados para ir a trabajar día tras día para garantizar su sustento y el de su familia, o que no tienen para gastar en alcohol en gel para llevar en el bolsillo o para obtener y renovar oportunamente mascarillas de calidad). Esos son ejemplos de esas barreras de las que se habló antes. 2) No son consistentes en la práctica de las medidas preventivas (por ejemplo, reaccionan irracionalmente en determinados momentos, digamos si se encuentran en la calle accidentalmente con una persona afectivamente cercana no reparan en abrazarla y besar como saludo). 3) No realizan las prácticas preventivas en forma correcta (se lavan superficialmente las manos, no se ajustan bien la mascarilla o desconocen cómo se usan los diferentes tipos de éstas). 4) Atraviesan estados de cansancio por la observancia de las prácticas preventivas, digamos que después de largos períodos de buenas prácticas, las relajan.
Un problema social del factor humano
Entonces, si sumamos a quienes no han logrado armar una creencia que dé paso a sentir la necesidad de actuar con buenas prácticas preventivas, más a quienes aunque tengan la creencia y sientan la necesidad, no tienen las condiciones para llevarlas a la práctica, más a quienes teniendo la creencia y sintiendo la necesidad de adoptar prácticas preventivas, las adoptan de modo poco eficaz, por desconocimiento o por inconsistencia, más a quienes sencillamente, se cansan, hacen una pausa, tendremos una suma importante de personas que están expuestas a ser contagiadas y a contagiar, así de simple. Esto es, esencialmente, un problema social, del “factor humano”.
Eso explica por qué, ahora mismo, en medio del alza de contagios y muertes que vivimos en el país y en nuestro departamento en abril de 2021, si uno sale a la calle en Paysandú, encontrará a muchas personas sin barbijo, a otras que lo llevan en el bolsillo para colocárselo solamente para entrar a los lugares que lo exigen, o a personas de esas sin barbijo conversando muy cerca unas de otras. Eso solamente para hablar de lo que se ve en la calle. Como la punta de un iceberg, esto es reflejo de modos de actuar nada oportunos para la prevención que pueden estar ocurriendo en otros ámbitos. Eso en los momentos en que las autoridades sanitarias del departamento plantean claramente que estamos en situación de crisis (ver la edición del “El Telégrafo del 3 de abril).
Hoy tenemos la posibilidad de recibir las vacunas, y con eso, en la medida que se desarrolle el proceso, podrán evitarse una buena cantidad de casos o reducir los niveles de severidad de quienes eventualmente enfermen. Pero esto es todo un proceso, no significa que porque ya comenzó, todo está resuelto y no es necesario protegerse y proteger a los demás.
Algunas acciones posibles
No es fácil hacer recomendaciones que pueden parecer verdades de Perogrullo, pero creemos que, sobre la base de lo que hemos venido tratado en ambas partes de este artículo, algunas sugerencias pueden tener fundamento, entre otras acciones posibles. Son las siguientes:
- Es necesario trabajar en contribuir a configurar las creencias apropiadas sobre lo que estamos viviendo. No se trata de organizar una campaña de miedo, pero sí de fomento del mejor actuar “prosaludable”, el que hace falta aquí y ahora. La propaganda de salud es imprescindible, bien encaminada, por diversos medios y con presencia suficiente en los más diversos escenarios. Las personas necesitan percibir mejor el riesgo potencial y con esto evaluar mejor su vulnerabilidad.
- Tal propaganda debe permitir la mejor configuración de las creencias, pero sobre todo debe insistir en cómo llevar adelante las prácticas preventivas de manera eficaz.
- Es necesario apoyar a las personas cuyas condiciones materiales de existencia les imponen limitaciones para la adopción de las medidas preventivas eficaces. Este punto está expresado en muy pocas palabras, pero llevarlo a vías de hecho puede implicar la realización de acciones por diversos actores coordinados. Es algo imprescindible.
- En los espacios públicos, si bien en el país no hay la obligación expresa de exigir el uso de barbijos (como si se hace hoy, incluso en países de Europa), es muy importante realizar acciones concentradas de propaganda de salud insistiendo en la importancia de hacerlo.
- De más está decir, que todo aquello que contribuya al bien público (incluyendo el control para evitar aglomeraciones, la exigencia sistemática de las medidas vigentes, etc.), debe ser comprendido como una necesidad. La prevención de acciones contrarias a lo que se requiere y está establecido por las autoridades, siempre que sea posible, será siempre mucho más eficaz que cualquier otra medida.
Paso a paso, el virus, su transmisión y los daños a la salud y de todo tipo que provoca, serán controlados, pero, junto a los notables esfuerzos del mundo de los laboratorios, de las políticas públicas y de los servicios de salud, es necesario que todos hagamos un poco más, tanto desde los diferentes espacios y actores de nuestras comunidades, como por parte de aquellos a quienes corresponde por sus deberes institucionales. Todos, en función de poner en marcha, en el más alto sentido positivo, el potente recurso del “factor humano”.
1) Francisco Morales Calatayud es psicólogo, Especialista en Psicología de la Salud y Doctor en Ciencias de la Salud. Profesor Titular y Responsable de Polo de Salud Comunitaria, Coordinador de la carrera de Licenciatura en Psicología en la Sede Paysandú del CENUR Litoral Norte. Director del Doctorado en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
2) Delia Bianchi Villalba, es psicóloga y Magister en Integración de Personas con Discapacidad, Profesora Agregada del Polo del Salud Comunitaria y de la carrera de Licenciatura en Psicología de la Sede Paysandú del CENUR Litoral Norte. Doctoranda del Doctorado en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
Nota: El texto fue publicado en dos partes, en dos sábados consecutivos en la columna semanal "Paysandú Universitario en Diario El Telégrafo. La primera el sábado 10 de abril de 2021 y la segunda el 17 de abril de 2021.
Foto: Milton Cabrera - Diario El Telégrafo